La reunión sacramental es la cita semanal más importante a la que podemos asistir. En ella escuchamos música inspiradora, recibimos mensajes que edifican y fortalecemos nuestra fe. Allí, al participar de la ordenanza de la Santa Cena, renovamos convenios sagrados que realizamos con Dios, tales como tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, recordarle siempre y guardar sus mandamientos. Quisiera compartir lo que significan estos convenios que realizamos cada domingo.
Tomar Su nombre es aceptar sobre nosotros la responsabilidad de ayudar a establecer su obra en todo momento sobre la faz de la Tierra. Esta es una oportunidad sagrada y al mismo tiempo maravillosa.
Reflexionemos por un instante en esto y preguntémonos ¿A quién ayudé durante esta semana?, ¿A quién le demostré mi amor?, ¿A quién di consuelo?, ¿Con quién compartí el Evangelio?, ¿Fui la respuesta del Señor para sus hijos? ¿Es este el compromiso que adquirimos al comer del pan y beber del agua cada domingo?
El Señor nos enseña una y otra vez en las escrituras la manera de hacerlo. Me encanta la experiencia del Salvador ministrando a los niños nefitas:
“Y cuando hubo dicho estas palabras, lloró, y la multitud dio testimonio de ello; y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.
Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo; y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos.
Y he aquí, al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron” (3 Nefi 17:21-24).
Imaginemos por un instante que esos pequeñitos a los que se refiere esta Escritura fueran nuestros hermanos que están regresando a la iglesia, o los nuevos conversos, o quienes están sufriendo dolores del cuerpo y del alma, nosotros podríamos ser aquellos ángeles que ministraran sus vidas, a tal punto, que lleguemos a ser una bendición del Señor para ellos.
Tomar el nombre de Cristo es uno de los mayores convenios que cada semana renovamos, una de las responsabilidades más sagradas y una de las mayores bendiciones que recibiremos en esta vida.
En el Nuevo Testamento se relata la experiencia cuando el Señor regresó donde sus amigos, los apóstoles, por tercera vez, después de haber resucitado de entre los muertos. En una conversación privada con Pedro le dijo a las orillas del Mar de Tiberias:
“Simón hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos.
Volvió a decirle la segunda vez: Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis ovejas.
Le dijo la tercera vez: Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Se entristeció Pedro de que le dijese por tercera vez: ¿Me amas?, y le dijo: Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17):
Una definición que el diccionario de la Real Academia Española otorga a la palabra apacentar es darle comida al ganado. Si tomamos esta definición y la aplicamos a nosotros, pienso que en tiempos modernos el Señor nos diría: cuida, vela, ama, protege, anima y fortalece a mis hijos.
Tenemos una gran responsabilidad cuando participamos de la Santa Cena, el compromiso que realizamos nos compromete día a día, semana tras semana.
El recordarle siempre es una experiencia que el Salvador sabía que en un mundo en donde todo y todos requieren de nuestra atención, sería algo difícil. La televisión, la radio, las redes sociales están continuamente invitándonos a seguirles. Las largas horas de trabajo y las muchas responsabilidades que la vida trae, hacen que nuestros días transcurran tan rápido que el acordarnos de Él, en ocasiones se transforma en una experiencia difícil de realizar.
Leer el Libro de Mormón como la primera cosa que realicemos cada mañana nos conectará con los cielos el resto del día, las promesas que vienen son tan grandes y maravillosas que no deberíamos dejarlas pasar. El presidente Russell M. Nelson dijo:
“Les prometo que, si cada día estudian el Libro de Mormón con espíritu de oración, cada día tomarán mejores decisiones. Les prometo que cuando mediten en lo que estudien, se abrirán las ventanas de los cielos y recibirán respuestas a sus preguntas y dirección para su vida. Les prometo que, si cada día se sumergen en el Libro de Mormón, estarán vacunados contra los males de esta época, incluso la plaga esclavizante de la pornografía y otras adicciones que entumecen la mente” (“El Libro de Mormón: ¿Cómo sería su vida sin él?”, Conferencia General Semestral 187, octubre 2017). Qué maravillosas promesas se dan a nuestra vida tan sólo por seguir el consejo del profeta de Dios.
Comparto mi testimonio de estas verdades y de lo importante que es apartar el tiempo suficiente cada domingo para participar de la reunión sacramental.
Cristo vive, Él es nuestro salvador, nuestro Amigo, nuestro Redentor ¡Qué bendición! es saber que somos guiados por un profeta viviente, vidente y revelador, como lo es el presidente Russell M. Nelson, quien habla en el nombre del Señor.