Mi testimonio de Cristo

Mi testimonio de Cristo
A menudo había escuchado en la Iglesia frases como: “Al enseñar, siempre aprende más el que enseña que el enseñado”, pero no fui completamente consciente de su veracidad hasta que me asignaron un discurso especial.
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La referencia que mi obispo me asignó, correspondía al discurso de una autoridad general en torno al testimonio. Una de las citas que allí aparecía correspondía al himno que el mismo hermano escribió: “Creo en Cristo, él es mi rey; con todo mi ser lo alabaré. Le doy gozoso mi amor; le cantaré con gran loor”. 

Cada vez que leía el discurso y repasaba la letra del himno volvía a preguntarme por qué mi obispo me estaba pidiendo que hablara de algo tan elemental pero tan complejo a la vez. Mi testimonio no tenía comparación alguna con lo que estaba leyendo. Estaba llena de temores y no sabía por dónde partir. Me pasé toda esa semana buscando en las Escrituras, en otros mensajes, orando, incluso fui al Templo en busca de ayuda para saber de qué forma podría ayudar a alguien con mi asignación. 

Entonces empecé a marcar y seleccionar la mayor cantidad de escrituras en que se afirmara que Jesús es el Cristo. Fue así como me nutrí con el testimonio de Job, Pedro, Marta, Nefi, Amulek, Mormón, Moroni, José Smith y tantos otros. Ellos me ayudaron a recordar que parte de creer en Cristo, es confiar en Él: en su sabiduría, en su amor, en su invariabilidad y en sus designios. Las ideas sobre lo que debía compartir empezaron a inundar mi mente y podía sentir en mi corazón que las respuestas venían de Él. 

Llegó mí ansiado domingo y no sé si alguien habrá aprendido o recordado algo con el mensaje. Pero sí sé que mi testimonio de Cristo se fortaleció, que desde entonces día a día me lleno de energía para prorrumpir en alabanzas y agradecimiento a Él. 

Guardé una copia del mensaje en mis Escrituras y lo he usado para ayudar a otras personas después de ese día. No supe en ese momento y ni sé hoy cuál es el real alcance de nuestras palabras cuando nos convertimos en lámparas que irradian la luz que Cristo pone en nosotros. Pero lo que sí sé es que no podemos pasar ni un solo día con el cristal de la lámpara empañado ni sucio, porque cuando menos lo imaginamos estamos irradiando nuestra luz --nuestro testimonio de Cristo-- por medio de nuestras palabras y obras.

Partió como una asignación de discurso para mi pequeño barrio, pero se puede transformar en un mensaje mucho mayor si todo aquel que cree en Cristo y ha sentido su amor lo comparte al resto del mundo.