A los 17 años conocí la Iglesia. En plena adolescencia fue bastante difícil seguir adelante con los desafíos que conlleva esa edad. Más aún porque aunque mi madre y hermano pequeño también se bautizaron, pronto dejaron de asistir a la capilla.
Fueron años de muchas pruebas y poco a poco me fui alejando del evangelio. Se fue perdiendo mi fe y también debilitando aquel testimonio que obtuve cuando dos misioneros tocaron mi puerta y me mostraron el camino de regreso a la morada de Dios mediante la ordenanza del bautismo.
Ningún esfuerzo fue suficiente para mantenerme firme y seguir adelante. En ocasiones asistía a la Iglesia con mis 5 hijas, pero luego de mi divorcio se hizo todo más difícil. Me sentía en un pozo del que no lograba salir.
Como resultado del intercambio, poco a poco comencé a ver una pequeña luz y comprendí una vez más que la única salida era regresar a los convenios que había hecho al bautizarme. Nurbis hizo que en medio de tanta oscuridad espiritual, viera esa luz indicando el camino y que tuviera las fuerzas para tomar decisiones y hacer cambios.
El buen uso de internet fue la herramienta en mi vida para lograr un cambio tan importante e inexplicable. Las muestras de interés y amor, y el gran ejemplo de mi gran amiga y hermana, llegaron profundamente a mi corazón a pesar de grandes distancias. Esos pequeños actos fueron claves en mi rescate.
Mi agradecimiento a ella y a nuestro Padre Celestial es infinito. Dios puso en mi camino a través de la tecnología a quien tenía la capacidad y los valores para que yo volviera a la Iglesia. Nurbis trabajó arduamente conmigo y sé que no ha sido fácil para ella. Pero valoro que dedicara tanto tiempo en querer que reviviera y gozara de las bendiciones que estaba perdiendo.
Regresé al templo después de casi 6 años, me sellé a mis padres y actualmente trabajo como presidenta de la Sociedad de Socorro en mi barrio. Ella ha sido una guía de gran importancia para mí y quisiera resaltar que podemos utilizar la tecnología para edificarnos y edificar a otros. Fue muy importante para mí escuchar, aunque fuera frente a un monitor, un fiel y fuerte testimonio del Evangelio.
Fui rescatada por una amiga con la que todavía nunca pudimos darnos un abrazo, pero con la que compartimos lágrimas de felicidad y experiencias espirituales muy especiales. ¡Anhelo la oportunidad de encontrarnos personalmente!
Sé que este lazo es eterno: “Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos.” (DyC 130:2)