Un día imposible de olvidar

Un día imposible de olvidar

Tenemos nuevamente el templo entre nosotros. Ahora es el momento de agradecer las bendiciones, siendo instrumentos para bendecir la vida de quienes no conocieron el evangelio en la tierra.

El domingo 9 de septiembre quedará guardado en nuestros corazones como un día muy especial para los miembros de la Iglesia en Argentina. Todo miembro digno participó desde diferentes centros de reuniones y en el templo, de las sesiones dedicatorias. Sin importar en donde uno estuviese, el espíritu que todos sintieron fue el mismo: gratitud.
Cuando muy temprano en la mañana llegaron al templo aquellos miembros que participaron de la primera sesión, no podían imaginar el cálido sentimiento que sentirían al entrar por las puertas y acomodarse en los salones o pasillos. El dulce espíritu que reinaba era el marco ideal para que nuestros pensamientos se centraran en las promesas que traen los convenios eternos.

Cada oración en el corazón de los presentes, cada deseo de paz o consuelo, cada ruego íntimo calmó la ansiedad y nos permitió tener un corazón dispuesto a escuchar las palabras y a comprometernos a seguir al Salvador con mayor firmeza y convicción.
Las experiencias vividas los días anteriores, fueron las antesala ideal para recibir al profeta. Con nuestros espíritus en armonía, siendo todos realmente uno en propósito, se dio cumplimiento a la promesa de tener nuevamente el templo como Casa del Señor, entre nosotros.
Cada uno guardó en su alma, una impresión diferente de lo acontecido, producto de la historia personal, pues el templo representa en la vida de los santos no sólo la realización de convenios sagrados sino la oportunidad de vivir experiencias espirituales personales que nos ayudan a seguir adelante.
De los mensajes pronunciados, así como de la Oración Dedicatoria, muchos resaltaron que al escucharlos no pudieron dejar de pensar en aquellos primeros miembros que, ya sea en nuestro lugar de residencia o en nuestras propias familias, tanto hicieron ejerciendo una fe sencilla pero firme para que sus descendientes y muchas otras personas gozasen del Evangelio.

El recuerdo de los pioneros de Argentina seguramente confirmó la alegría de muchos de ellos detrás de velo.
Los tres diferentes coros que participaron en las sesiones, nos conmovieron con su fuerza y reverencia, hasta las lágrimas y dieron la dimensión real a las palabras de los himnos puesto que se convirtieron en la oración de los justos.

El ver a muchos de los primeros obreros, ya ancianos algunos, disfrutar el estar presentes y también del saludo de las muchas personas con las cuales se asociaron, fue un impacto saludable para la fe de quienes los conocimos. De lejos podíamos re encontrarnos con maestros, amigos, conocidos de la Iglesia que forman parte de la historia de nuestras vidas. El sólo hecho de verlos producía alegría al saber que aún seguíamos unidos en nuestros testimonios.

Tenemos nuevamente el templo entre nosotros. Ahora es el momento de agradecer las bendiciones, siendo instrumentos para bendecir la vida de quienes no conocieron el evangelio en la tierra. Hoy será siempre el momento de recordar nuestros convenios al ayudar a otras familias en el camino hacia la vida eterna.